sábado, junio 05, 2004

LA EUROPA QUE QUIERE CATALUNYA: por ERNEST Benach, Presidente del Parlament de Catalunya. El de la lengua no es un tema menor ni superficial. Oír hablar nuestra lengua es escuchar nuestras raíces. Y sí, es cierto que los gobiernos tienen que buscar fundamentalmente el bienestar material de su población, de su nación; pero esto no significa que para hacerlo sea necesario descuidar sus sentimientos, sus derechos sociales o sus libertades. Decir lo contrario es ignorancia o simple demagogia. Así se entiende, pues, que últimamente haya saltado al centro de la vida política de nuestro país el tema del reconocimiento del catalán en Europa. Un tema que entronca con la UE que queremos, con la construcción de esta incógnita de futuro que llamamos UE, ampliada ahora a 25 países. Un proceso de construcción que se fundamenta en la lógica de los estados y deja en segundo plano las naciones y las regiones. Bajo este planteamiento, el catalán ha permanecido invisible, mientras que otras lenguas europeas habladas por muchas menos personas se convertían en oficiales en las instituciones comunitarias. Éste era un punto que resolver, y la elaboración de la Constitución Europea apareció como un momento clave, como una oportunidad. Sin embargo, las perspectivas al respecto resultan complejas. El compromiso adquirido públicamente por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en su investidura, el apoyo que el Parlament de Catalunya consiguió del presidente del Parlamento Europeo, Pat Cox, el compromiso del Govern de la Generalitat o la actitud activa mostrada por la sociedad catalana en los últimos meses (en forma, por ejemplo, de campa?as por internet que tuvieron eco en las instituciones comunitarias), llevarían a pensar que vamos por el buen camino a la hora de reparar la situación injusta que sufre el catalán en Europa. En un paso más, en el pleno del día 26 de mayo en el Parlament de Catalunya se leyó una declaración institucional consensuada por todos los grupos parlamentarios en la que expresábamos "la voluntad del pueblo catalán de ver reconocida la oficialidad de su lengua en la Unión Europea". Sin embargo, existen se?ales que amenazan con detenernos a medio camino. Por ahora, parece garantizado que la Constitución Europea será traducida al catalán; pero incluso ya nos ponen dificultades para lograr tan sólo el estatus que tiene el gaélico. Si esto se confirmara, si fuese así, no nos podríamos dirigir a las instituciones comunitarias en nuestra propia lengua, hablada por millones de personas y presente en tres estados de la Unión Europea. Y éste es un hecho que no podemos aceptar. Las catalanas y los catalanes tenemos derecho a desear formar parte del proceso de construcción europea sin perder nuestra identidad. Queremos sentirnos cómodos en Europa, no tratados como un hecho residual. En realidad, esto nos lleva a pensar en cuál es la Europa que nos están imponiendo y cuál es la Europa que queremos. En estos momentos tenemos una Europa de estados, construida lejos de los pueblos y las naciones, y por extensión de la ciudadanía. Éste no parece el camino adecuado; por lo menos para los que creen en un futuro de hombres y mujeres libres, en una sociedad en la que se garanticen los derechos de todas las personas. Catalunya se enfrenta a un reto con relación a su identidad, a los derechos y libertades de la nación y de cada uno de los catalanes y catalanas. Pero el Estado espa?ol y la UE no pueden ser tan miopes como para no ver que este reto es compartido. Los estados, la misma UE, tienen sentido en cuanto satisfacen los derechos y las libertades de su ciudadanía, de sus pueblos. No hacerlo significa sufrir una crisis de legitimidad, de eficacia, de razón de ser. Ignorar a las naciones y los pueblos que conforman la UE es un error histórico que la perspectiva del futuro no puede permitir.